TRADUCCIÓN

sábado, 12 de enero de 2013

SANTOS Y BEATOS CRISTEROS

En 1926 el gobierno del presidente Mexicano Plutarco Elías Calles se propuso "descatolizar" a México para abrir el país a la "modernidad". Con ese fin puso en marcha una feroz persecución contra la Iglesia Católica. Una de las medidas fue la supresión del culto católico en toda la nación. Para defender su religión y libertad de culto, miles de campesinos y rancheros empuñaron las armas en lo que se conoce como la última Cruzada de Occidente. El heroísmo de aquellos hombres, mujeres y niños (ver: niño beato José L. Sanches), en su mayoría gente sencilla y sin entrenamiento militar, produjo una formidable resistencia al tirano. Los soldados del gobierno llamaron despectivamente "cristeros" a los valientes cruzados porque llevaban la cruz sobre el pecho y gritaban "Viva Cristo Rey" antes de ser fusilados.

No todos los llamados cristeros formaban parte de la resistencia armada. Innumerables mártires, entre ellos sacerdotes y religiosas fueron perseguidos solo por su fe. 


Los cristeros fueron vencidos por la traición y el engaño pero no sin antes enriquecer a México con innumerables mártires, algunos de ellos canonizados o beatificados por Juan Pablo II. Los cristeros fueron y son una inspiración para los mexicanos y todos los fieles. Gracias a su sacrificio la Iglesia Católica pudo sobrevivir, aunque ilegal, a lo largo de buena parte del siglo XX.
José Luis Sánchez del Río y otros mártires mexicanosMexico
Adolescente de 14 años da su vida por Cristo y la Iglesia. Nacido el 28 de marzo de 1913 en Sahuayo (Michoacán, México). Lo asesinaron durante la guerra cristera en su ciudad natal, el 10 de febrero de 1928 «por odio a la fe». Se mantuvo fiel a Cristo y a su Iglesia.

Beatificado el 20 de noviembre, 2005 junto con trece mexicanos mártires de la persecución religiosa de la segunda década del siglo XX.

Ver también: Regnum Christi

Resumen de su Vida
Nace en Sahuayo, Michoacán, el 28 de marzo de 1913, hijo de Macario Sánchez y de María del Río







Un año antes de su martirio, José Luis se había unido a las fuerzas «cristeras» del general Prudencio Mendoza, enclavadas en el pueblo de Cotija, Michoacán.

El martirio fue presenciado por dos niños, uno de siete años y el otro de nueve años, que después se convertirían en fundadores de congregaciones religiosas. Uno de ellos es el padre Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, nacido en Cotija, quien en el libro entrevista «Mi Vida es Cristo» revela el papel decisivo que tendría para su vocación el testimonio de José Luis, de quien era amigo.

«Fue capturado por las fuerzas del gobierno, que quisieron dar a la población civil que apoyaba a los cristeros un castigo ejemplar», recuerda el fundador que entonces tenía siete años.

«Le pidieron que renegara de su fe en Cristo, so pena de muerte. José no aceptó la apostasía. Su madre estaba traspasada por la pena y la angustia, pero animaba a su hijo», añade.

«Entonces le cortaron la piel de las plantas de los pies y le obligaron a caminar por el pueblo, rumbo al cementerio --recuerda--. Él lloraba y gemía de dolor, pero no cedía. De vez en cuando se detenían y decían: "Si gritas 'Muera Cristo Rey'" te perdonamos la vida. "Di 'Muera Cristo Rey'". Pero él respondía: "Viva Cristo Rey"».

«Ya en el cementerio, antes de disparar sobre él, le pidieron por última vez si quería renegar de su fe. No lo hizo y lo mataron ahí mismo. Murió gritando como muchos otros mártires mexicanos "¡Viva Cristo Rey!"».

«Estas son imágenes imborrables de mi memoria y de la memoria del pueblo mexicano, aunque no se hable muchas veces de ellas en la historia oficial», concluye el padre Maciel.

Otro testigo de los hechos fue el niño de nueve años Enrique Amezcua Medina, fundador de la Confraternidad Sacerdotal de los Operarios del Reino de Cristo, con casas de formación tanto en México como en España y presencia en varios países del mundo.

En la biografía de la Confraternidad que él mismo fundara, el padre Amezcua narra su encuentro --que siempre consideró providencial-- con José Luis.

Según comenta en ese testimonial, haberse cruzado con el niño mártir de Sahuayo --a quien le pidió seguirlo en su camino, pero que, viéndolo tan pequeño le dijo: «Tú harás cosas que yo no podré llegar a hacer»--, determinó su entrada al sacerdocio.

Más tarde, al seminario de formación de los Operarios en Salvatierra, Guanajuato lo bautizó como Seminario de Cristo Rey y su internado se llamó «José Luis», en honor a la memoria de este futuro beato mexicano.

Los restos mortales de José Luis descansan en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en su pueblo natal.


Cronología del joven mártir:
28-III-1913 Nació en Sahuayo, Michoacán. Sus padres se llamaban Macario Sánchez y María del Río.
03-IV-1913 Recibió el bautismo en la parroquia de Santiago Apóstol, en Sahuayo. Lo bautizó el sacerdote Luis Amezcua, vicario parroquial. Sus padrinos fueron José E. Ramírez y Angelina Ramírez.
12-X-1917 Fue confirmado por el obispo de Tehuantepec, Mons. Ignacio Plasencia.
1922 Hizo su primera comunión.
1927 En el verano fue admitido en las tropas cristeras de Cotija, como abanderado y clarín del General Guízar Morfín.
06-II-1928 En plena batalla, cedió su caballo al General y fue hecho prisionero por las tropas federales cerca de Cotija.
10-II-1928: A las 8.00 p. m. su tía Magdalena le llevó la Sagrada Comunión como viático. A las 11.00 p. m. le desollaron los pies y a golpes lo hicieron caminar hasta el panteón municipal. A las 11.30 p. m. lo apuñalaron y le dieron el tiro de gracia en la cabeza. Su último grito fue: ¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!



Libro sobre el santo: "José Sánchez del Río. Corazón cristero"; de Juan Pablo Ledesma. Editorial El Arca.

El Padre Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, fue su amigo y lo ha nombrado co-patrono del ECYD. El Padre Maciel dice:

«Piensen ustedes lo que pudo ser para mí y lo que fue para mí la gracia de haber tenido este amigo, y de haber recibido de él el ejemplo de morir antes que negar a nuestro Señor Jesucristo. Ese sí que, pensaba yo, era un verdadero mártir y desde luego, yo tenía una gran envidia de él y pensaba: cómo es posible que él haya sido aceptado para el martirio y yo no, y a mí, Dios no me haya concedido esa gracia de morir también mártir por su nombre. Pero José Sánchez del Río quedó siempre grabado en mi memoria y en mi corazón, y siempre lo recuerdo como un testimonio, como un gran testimonio de fe y de amor a nuestro Señor Jesucristo».

Los mártires beatificados con el joven José Luis Sanchez:

-El sacerdote José Trinidad Rangel Montaño, nacido el 4 de junio de 1887 en Dolores Hidalgo (diócesis de León, México)
-El sacerdote Andrés Sola Molist, misionero claretiano, nacido el 7 de octubre de 1895 en Taradell (España)
-El laico y célibe Leonardo Pérez Larios, nacido el 28 de noviembre de 1883 en Lagos Moreno (México).

Los tres fueron asesinados «por odio a la fe» el 25 de abril de 1927 en Rancho de San Joaquín.

-El sacerdote de la diócesis de Veracruz, Dario Acosta Zurita, nacido el 20 de diciembre de 1908 en Naolinco (México), y asesinado en Veracruz el 25 de julio de 1931, «tres meses después de su ordenación sacerdotal», según recordó el cardenal Saraiva Martins.
-El mártir laico, abogado y padre de familia Anacleto González Flores, nacido en 1888 en Tepatitlán (Jalisco)

Además, siete otros compañeros mártires fueron asesinados en 1928. Tres de ellos, al igual que Anacleto, pertenecían a la Acción Católica de la Juventud Mexicana.

«A estos Siervos de Dios, y especialmente a los mártires, que fueron víctimas de la intolerancia religiosa y del odio contra la Iglesia, encomendamos la paz del mundo», dijo el cardenal Saraiva al reconocerse su martirio.
Fueron muchos los fieles que sufrieron el martirio por defender su fe y en reconocimiento a ellos y ellas, Juan Pablo II proclamó Santos a 25 mártires, sacerdotes y laicos el 21 de mayo del 2000. Ellos son:
1. Cristobal Magallanes Jara, Sacerdote (Párroco en Jalisco. Fundó un Seminario, un periódico, escuelas para niños y adultos, creó empleos para su gente con talleres de carpintería y molinos eléctricos. Colaboró con los naturales de la región formando exitosas cooperativas agrícolas.
2. Roman Adame Rosales, Sacerdote (fundó las hijas de María de la adoración nocturna, asesinado a tiros en 1927)
3. Rodrigo Aguilar Aleman, Sacerdote (Párroco y poeta, ahorcado en 1927)
4. Julio Alvarez Mendoza, Sacerdote (Asesinado a tiros en 1927)
5. Luis Batis Sainz, Sacerdote (Párroco, director espiritual del seminario, asesinado a tiros en 1926)
6. Agustin Caloca Cortés, Sacerdote (prefecto del seminario, asesinado a tiros en 1927)
7. Mateo Correa Magallanes, Sacerdote (Párroco, asesinado a tiros en 1927)
8. Atilano Cruz Alvarado, Sacerdote
(Párroco, asesinado a tiros en 1928)9. Miguel De La Mora De La Mora, Sacerdote (Fusilado en 1927)10. Pedro Esqueda Ramirez, Sacerdote (Párroco, catequista de niños, asesinado a tiros en1927)11. Margarito Flores Garcia, Sacerdote (Párroco, asesinado a tiros en 1927)12. Jose Isabel Flores Varela, Sacerdote (Párroco, torturado y degollado en 1928)13. David Galván Bermúdez, Sacerdote (Formador del seminario, fusilado en 1915)14. Salvador Lara Puente, Laico (Miembro de la Acción Católica y de la liga para la libertad religiosa, asesinado a tiros a los 21 años en 1926)15. Pedro de Jesús Maldonado Lucero, Sacerdote (Párroco, promotor de la Adoración nocturna, cegado y asesinado a golpes en 1937)16. Jesus Mendez Montoya, Sacerdote (Párroco, asesinado a tiros en 1928)17. Manuel Morales, Laico (Padre de 3 y miembro de la Acción Católica y del comité para la libertad religiosa, asesinado a tiros en 1926)
18. Justino Orona Madrigal, Sacerdote (Párroco, fundó las hermanas clarisas pobres del Sagrado Corazón, asesinado a tiros en 1928)
19. Sabas Reyes Salazar, Sacerdote
(Párroco, torturado y asesinado a tiros en 1927)20. Jose Maria Robles Hurtado, Sacerdote (Párroco, fundó la congregación femenina de las víctimas eucarísticas del Sagrado Corazón de Jesús, fue ahorcado en 1927)
21. David Roldan Lara, Laico (Miembro de la Acción Católica y del comité para la libertad religiosa, asesinado a tiros en 1926)22. Toribio Romo Gonzalez, Sacerdote (Párroco, asesinado a tiros a los 27 años en 1928)23. Jenaro Sanchez Delgadillo Sacerdote (Párroco, ahorcado en un árbol en1927)24. David Uribe Velasco, Sacerdote (Párroco, asesinado a tiros en1927)25. Tranquilino Ubiarco Robles, Sacerdote (Párroco, ahorcado a los 28 años en 1928)

Oracion compuesta por el beato mártir Anacleto Gonález Flores y rezada por los Cristeros de Jalisco al terminar el Santo Rosario.





"Jesús Misericordioso"!

Mis pecados son más que las gotas de sangre que derramaste por mí. No merezco pertenecer al ejército que defiende los derechos de tu iglesia y que lucha por Ti.

Quisiera nunca haber pecado para que mi vida fuera una ofrenda agradable a tus ojos. Lávame de mis iniquidades y límpiame de mis pecados.

Por tu Santa Cruz, por mi Madre Santísima de Guadalupe, perdóname, no he sabido hacer penitencia de mis pecados; por eso quiero recibir la muerte como un castigo merecido por ellos. No quiero pelear, ni vivir, ni morir, sino por Ti y por tu iglesia.

! Madre Santa de Guadalupe!, acompaña en su agonía a este pobre pecador. Concédeme que mi último grito en la tierra y mi primer cantico en el cielo sea:

! VIVA CRISTO REY !

San Cristobal Magallanes y 24 martires Mexicanos


San Luis Batiz Sainz
San Rodrigo Aguilar Alemán
San Agustín Caloca
San Román Adame Rosales
San Atilano Cruz Alvarado
San Julio Alvarez Mendoza
San Mateo Correa
San Jesús Méndez Montoya
San Miguel de la Mora
San Sabás Reyes Salazar
San Pedro de Jesús Maldonado
San José María Robles
San Pedro Esqueda Ramírez
San Toribio Romo González
San Margarito Flores
San Jenaro Sánchez
San José Isabel Flores
San Tranquilino Ubiarco
San David Galván Bermúdez
San David Uribe Velasco
San David Roldán Lara
San Justino Orona Madrigal
San Salvador Lara Puente
San Manuel Morales
San Cristóbal Magallanes




 

GUERRA CRISTERA
Guerra Cristera
Fecha1926-1929
LugarActual México
ResultadoConvenio de paz
Beligerantes
Flag of Mexico (1917-1934).png Gobierno de México
Flag of Mexico (1917-1934).png Ejército Mexicano
Mexico Flag Cristeros.svg Ejército Cristero
Comandantes
Plutarco Elías Calles
Emilio Portes Gil
Joaquín Amaro Domínguez
Saturnino Cedillo
Heliodoro Charis
Marcelino García Barragán
Jaime Carrillo
Genovevo Rivas Guillén
Enrique Gorostieta Velarde
José Reyes Vega
Alberto Gutiérrez
Aristeo Pedroza
Andrés Salazar
Carlos Bouquet Carranza
Dionisio Eduardo Ochoa
Dámaso Barraza
Domingo Anaya
Jesús Degollado Guízar
Luis Navarro Origel
Lauro Rocha
Lucas Cuevas
Matías Villa Michel
Miguel Anguiano Márquez
Manuel Michel
Victoriano Ramírez
Victorino Bárcenas
Fuerzas en combate
70.000 (1927)[1]50.000 (1929)[2]
Bajas
60.000 muertos[3]25.000-30.000 muertos[3] [4]

Total: Unos 250.000 muertos  y 250.000 refugiados hacia EEUU[ (en su mayoría no combatientes).
 HECHOS  -Fernando  Paz-
 Fueron los cristeros campesinos con poco que perder, gentes de fe sencilla, fieles a la Iglesia. Formaban el grueso del pueblo y representaban la tradición de cuatrocientos años de evangelización. Se reclutaron preferentemente en la zona central de México, allí donde la presencia del elemento indígena era predominante. Es interesante señalar que las tropas cristeras, aglutinadas en torno a los estandartes de la cruz de Cristo, estaban integradas preferentemente por mestizos, mulatos, negros e indios, mientras que los blancos engrosaban en su mayoría las laicísimas filas del dogmatismo masónico y el odio a la religión.Los cristeros formaron un ejército irregular, en el que no se recibía paga alguna y donde las dificultades de financiación para mantenerse en combate fueron enormes, así como las carencias de armamento y de sanidad (pese a que miles de mujeres –las llamadas Brigadas Bonitas– apuntalaron la moral y las necesidades materiales de los combatientes).
La guerra cristera estalló solo después de interminables años de agresiones laicistas dirigidas por los sucesivos gobiernos de la nación. Al menos desde hacía medio siglo, la beligerancia de las élites criollas no dejaba margen a la interpretación, pues en México la adscripción masónica de estas era algo que proclamaban ellas mismas sin rebozo de ningún género.
Estas élites habían elaborado una normativa jurídica crecientemente agresiva. Desde mediado el siglo anterior, la escalada anticatólica no había cedido en su acometividad pero, aunque no habían faltado los desórdenes y los conatos violentos, los creyentes habían venido replegándose a las exigencias políticas sin apenas más que débiles aspavientos.
La tendencia al compromiso, sin embargo, lejos de conducir al Gobierno a una evaluación positiva de la disposición católica a parlamentar, le llevó a considerar que la jerarquía optaría en cualquier caso por el conformismo, por muy perjudicial que este le resultase, antes que lanzarse a la aventura. Y no andaban tan desencaminados.
Masones
Cuando el Ejecutivo se decidió a ir tan lejos como para elaborar la Constitución de 1917, abiertamente laica e indisimuladamente anticlerical, que permitía la intervención del Gobierno en los actos del culto público y la disciplina eclesiástica, ya se había obligado a la Iglesia a deshacerse de sus propiedades, lo que la había dejado en una situación de claro debilitamiento. Ahora se la obligaba a la supresión de las comunidades religiosas existentes, a la vez que se prohibía la formación de otras nuevas.
Lo que se pretendía no era separar al Estado de la Iglesia, sino la negación a esta de personalidad jurídica alguna y su sometimiento a los controles estatales, controles de carácter político e ideológico que dejaban en manos de reconocidos masones algunos de sus más delicados asuntos. Para los sacerdotes, el mero hecho de vestir la sotana significaba la privación de todo derecho político.
Además, se estipulaba la prohibición de celebrar cualquier acto de culto fuera de los templos y se negaba toda posibilidad de enseñanza religiosa. En la práctica, se dejó a la discrecionalidad de las oligarquías locales la ejecución de los decretos más radicales. Numerosos obispos fueron encerrados de modo completamente arbitrario, las monjas fueron expulsadas de sus conventos, las escuelas cerradas y las propiedades eclesiales confiscadas.
Confiados en la hegemonía política de la que disfrutaban, los revolucionarios mexicanos procedieron arbitrariamente a implementar, con carácter local, todo tipo de medidas contra la religión, hasta hacer insufrible la convivencia. El Gobierno llegó al extremo de inventarse una Iglesia Católica Nacional Mexicana, mientras ocultaba al mundo estas maniobras amparado en la normativa que impedía la presencia de clero extranjero en territorio nacional, lo que impedía la acreditación de cualesquiera representantes de la Iglesia católica procedente de allende las fronteras mexicanas.
La respuesta de los católicos fue considerablemente mesurada, dadas las circunstancias. En primer lugar, comenzó la resistencia cívica a fin de no consumir y no pagar impuestos, lo que causó un daño notable a la economía nacional. El movimiento de protesta creció rápidamente y, para comienzos de 1927, la generalidad del campesinado estaba dispuesta al levantamiento. Los obispos, por cierto, no. Y por ello se dispusieron a distanciarse del movimiento con la máxima rapidez. Pese a todos los pesares, la jerarquía mexicana mantuvo una postura de confianza en que las autoridades no llevarían la aplicación de la Constitución demasiado lejos.
Martirio
La sublevación comenzó en las regiones de Guanajuato, Jalisco y Zacatecas. Desde allí se extendió a las zonas centrales del país. Su arranque fue bastante complicado, en parte porque el carácter rural del movimiento rebelde se avenía mal con la dirección del mismo, radicada en ciudades y poco comprensible, en ocasiones, con la naturaleza de la cristiandad.
La guerra tuvo lugar entre 1926 y 1929; en ella tuvieron lugar hechos de auténtico martirio entre los cristeros. Los gubernamentales perpetraron todo tipo de matanzas, mientras los campesinos morían fusilados con el nombre de Cristo Rey y la Santísima Virgen en los labios. El número de cristeros vilmente asesinados asciende a varios miles; aunque la cifra es difícil de cuantificar, en su mayoría eran sacerdotes y religiosos de toda condición.
Por otro lado, los obispos negociaban a espaldas de los rebeldes con los estadounidenses, a fin de que les ayudasen a poner fin al conflicto, tratando de mostrar en toda ocasión su distancia con los cristeros.
El presidente del país, Elías Calles, creyó ver en la guerra la oportunidad deseada de acabar con la Iglesia. Pero Calles, uno de los más significados masones del país americano, no contaba con la decisión de los cristeros y con la labor en la sombra de Roma y su influencia sobre el ya poderoso vecino del norte.
Deseosa de impulsar un acuerdo, la Santa Sede se apresuró a precipitar el fin de la guerra, aunque la cosa no resultaba tan fácil por cuanto “no hubo ni un solo campesino que, de modo directo o indirecto, no diera apoyo a los cristeros”. Pues, en efecto, bajo las banderas del Sagrado Corazón se alistaron decenas de miles de hombres arrastrados por la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe.
En 1928, el embajador norteamericano, Morrow, a instancias de la jerarquía mexicana, logró cerrar un acuerdo entre las partes, por el que cesaba la violencia y se ofrecía la amnistía a todos lo que dejasen las armas así como la devolución de una parte de las propiedades al clero. Pero, pese a la presión ejercida a favor del acuerdo por parte de la Iglesia, solo una tercera parte de los rebeldes se acogieron a la amnistía, proporción similar a la del apoyo que encontró en el resto de la jerarquía eclesiástica, entre la que había una clara división.
La gloria y la pena
La diferencia de criterios en las filas de la iglesia mexicana llevó a esta a una situación de manifiesta inferioridad ante el Gobierno, de modo que finalmente los cristeros, urgidos por la Santa Sede, tuvieron que poner fin a la guerra el 21 de junio de 1929, en peores condiciones que las esperadas. Con el agravante de que se fraguó una separación entre el laicado y el clero mexicano del que todavía se están pagando las consecuencias. La Iglesia se sometía a la ley, y la Constitución no era cambiada en una sola coma, si bien las autoridades se comprometían a no desarrollar los aspectos más agresivos del texto.
Con más gloria que pena, finalizó la guerra. Una guerra de la que, parafraseando a Donoso Cortés,no cabía esperar, sobre la gracia del combate, la gracia de la victoria. Una guerra que produjo un inmenso cortejo de mártires, prólogo del que, exactamente una década más tarde, sufriría la misma Iglesia –la española– que en su día entregase a los mexicanos lo que estimaba como el más sagrado de los bienes: el depósito de la Fe.

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